El pozo
Me
confieso
a un agujero
tenebroso
de más de cien metros de
hondo.
En el barro tierno dejo
restos de melancolía
y en un estuche de cobre
acumulo mis espantos.
Entre tinieblas una a una bajan mis
incertidumbres;
suenan en el fondo como el
granizo al caer del cielo.
Mientras me voy acercando a
las puertas del infierno,
en su boca oscura deposito
una melodía en solitario.
Canto que espero resuene
cristalino en la eternidad.
Un día, de las entrañas de
ésta desamparada tierra,
saldrá una luz verde, sin
brillo, hija de nuestro sol;
para entonces pálido y
apagado como mi rostro.
Cómo siento nacer ése tiempo en la raíz del pelo, ¡en
el filo de las uñas!
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