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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Chacala


Chacala



Aquí estoy, mecido entre los brazos de Sara,
la encina de los despidos desesperados,
donde veo como pasan las nubes.
Las dudas y el cansancio
 hacen del tiempo
una melodía.

!Chacala¡
                                  !chacala¡                                  

eres la tierra
que me esperaba
para vivir, para morir,
para limar los segundos y los días
entre el perfume de amores prohibidos.


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Siempre fui
el único responsable
 de no haber marcado el centro.
Señales calmadas, de piedras firmes;
espinas enérgicas amarradas en el pensamiento.

Se que no he abonado con palabras el tributo obligado, 
tampoco he alentado el servicio que presta el duende.
Así, soy culpable de esperar la floración
de nuevas primaveras y de
 no ver en tu vientre
el camino
firme
para
regresar
a la patria perdida.
Ahora marcho y espero el sol de tarde,
me voy tras el rastro que has dejado en el suelo.


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De ti,
las sombras
me envían el cielo
tres veces teñido de azul,
también una luz vagabunda para
llenarme los ojos de imágenes nuevas.

Las noches,
candor de arena,
en el desierto son frías
sin el calor de tus pechos,
sin ese vientre sereno y ceñido,
todavía vacío o lleno de semillas muertas.


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Allí
dejó la calma
entre las cajas de cartón  
y las canciones teñidas de chocolate.
 En el centro, en medio de la explanada grande;
el chacal dejó en libertad un pequeño manojo de suspiros.
Soltó el nudo de una palabra que hacía tiempo le cortaba la garganta;
inquietud que remueve el alma, la comprime como un collar de castigo.
Hueso en la voz igual que una pena atravesada en el cuello.

Angustia.
Desazón.
Ansiedad.

Zozobra que lo deja desamparado, agotado cada día,
siempre en el filo del abismo: ya no sabe cómo evitar la caída.