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El libro de viajes.
El relato de Fénix o la Ciudad del Sol surgió como los alaridos al alba, fueron diminutos focos de luz que emergían de la oscuridad de la mente y me indicaban el éxodo, la marcha de aquel territorio devastado por el dolor. Fue una época angustiosa, desamparada y melancólica que llenó la mente de contradicciones y me llevó a realizar un viaje inesperado, misterioso y largo. Ahora trato el regreso y la mente ha cambiado: el trabajo trata los Éxodos, donde los humanos y las liebres cantan salmos, jácaras, antífonas y cunanas. Las jácaras emergen de la desesperación que produce la pérdida de un hijo; requiebro jaco para seguir vivo. Los salmos son para Andreu, un poeta-malabarista que marchó joven y dejó el cielo y el suelo consumado de promesas. Las antífonas aparecen como burbujas de lodo candente en el vientre de la tierra y traen la vida como proceso de creación y destrucción.
La materia es viva y se aviva ante fumarolas y gases irrespirables, y la creación se abre paso en un proceso aventurado y poético. Por último están las cunanas, cantos de consuelo para los niños, los que, en el sueño, acarician la primavera de la vida y piensan y sienten que lo cambiarán todo. En este caso, son versos fragmentados, quejas del viajero, el hombre-liebre que corre, salta y zigzaguea para salvar la piel, huir de lo contingente y buscar el limite de la vida y de sí mismo. Enajenado en la frontera del ojo, metáfora del párpado en el “cerebro de Boltzmann”, salmodia, susurra, canta y cuenta las estrellas del fondo. ¡Por fin llega al fin!
Los cantos-salmos nacen del dolor, el hastío, la luz del alba y de las palabras del rey David: —“Al amanecer me pondré en tu presencia, y te contemplaré. Porque no eres tú un Dios que ame la iniquidad.”
Cuando el Invovoz se abisma en la nada deja de soñar; sale de él y otra vez sueña, sueño que no entiende, pero contempla el misterio profundo del Ser, el que sueña que se sueña. La doble rendija lo exilia, le habla de la naturaleza de Dios o “del muro de Planck”. Entonces, el Creador, en griego, theikos («divino», el Hacedor), aparece como el poder material entre mitos, ritos y pitos. El hombre-liebre-libre piensa: por fin, la razón los sacará del sueño... El alba se hace concepto en la singularidad de las ecuaciones de Friedmann: nace el Big Bang.
De aquí emerge el nuevo pensamiento y de sus normas se destila la razón-poética: éxodo en el laberinto de la mente. El que “invoca la voz” camina libre en el deambular creativo, transita el mundo sin manos, va ciego, pero se siente conducido por las intuiciones del peregrino interior. Le guía la naturaleza, ha pactado con ella y sabe que es creado animal, en la vida y en la paz. Ahí encuentra la “memoria” fundida en el vuelo libre de los halcones, vencejos y los cuervos, de sus oscuros graznidos brota el éxodo del hombre y la liebre-libre del tótem.
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