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sábado, 24 de noviembre de 2012

Musitar como el aire



I Voz
Tú, hija oyente de la tierra, atiende mi plegaria.
Es dulce como el sol crepuscular, amarga como el ocaso.
Escucha como brota del pecho, ¡es un jadeo interminable!
Me oprime el cuello; con filtros de colores nubla los ojos.
Mis manos hablan contigo noche y día.
¡Sin objeción me escuchas en sueños!
Eres légamo y aguamanil, ¡para ellas lo eres todo!
Tú, hija de la tierra,
¡escucha mi invocación; escucha!

Si el verde de los manzanos se marchita en el corazón
y la luz llega a hasta mí atravesando los párpados.
Si la sombra que proyecto no puedo compartirla contigo
y el fondo del pensamiento se ilumina en un suspiro de asombro.
Si la boca sube a la cima a enterrar susurros,
¡lentamente!
Entonces, el hueco de mi mano se llenará de jadeos,
¡de flores de otoño!

Quizá para ti todo es como la nada
y el fondo de mis ojos pueden ser tálamos de olvido;
¡caricias en lechos abandonados...!

II Voz
¡Pero no confundas, las espigas duermen!
Piensa que una pirámide delirante es más pequeña que los deseos
y hoy, sólo tu velo tembloroso pueden colmarlos,
¡así lo espero!
Añoro tu aliento jadeante, lo evoco en silencio.
¡en silencio lo evoco!

Entre sueño y vigilia pones en orden cascotes dispersos.
Ripios que se amontonan junto a mí como un Gólgota en sacrificio.
Hasta mí subes y dejas besos enterrados bajo la piel.
El ardor de la tarde me regala tu imagen junto al cielo.

Escucha; ¡aquella plegaria ya ha concluido!
Ya no soy aquel sueño, entre auroras he nacido.
Mi fortuna es renacer cada día, 
junto al sol quedar como un verso dormido.

Ahora deseo plantar semillas en tu vientre.
Drenar la fruta en permutaciones sin fin.
Replicar en miniatura tu jardín florido.

III Voz 
Mi faena es hilvanar pensamientos.
Tararear una canción sin letra entre tu mente.
Hacer una señal invisible en tu boca.
Señalar la luz esquiva de tus párpados.
Sentir entre piedras como recobras el ánimo.

Como un herrero demiurgo, templo acero en tu saliva.
Sepas que en mi naces, en un anoche germinas:
en un bisbiseo floreces, igual que Perséfone.
Como semilla renuncias a los placeres de la tierra.
En mi mano eres idea temblorosa;
el impulso que busca la luz del sol.
Así abres la ventana del asombro y miras;
¡como un niño observas el amanecer!

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